
No niego que disfruto de los años jóvenes, pero preocupa ver a la sociedad estancada en una suerte de relativismo profundo lleno de actividades que no tienen significado, que importan solamente en el momento, que están bien o mal, pero al fin y al cabo eso da igual (aclaro, no siempre;pero es algo que se da en repetidas veces).
No entiendo aun cómo la mente de algunas personas se limita solamente a la exaltación de lo externo. Quiero decir que puede haber gente preciosa por fuera, pero por dentro está podrida, gente “llena de vacío”. Habrá entonces que hacer un balance entre lo que se ve y lo que no . Con lo que “se ve” no me refiero al 90-60-90 en las mujeres y a medidas ideales en los hombres (en caso de existir). Me refiero a verdaderamente “brillar” por fuera; pero por rasgos que valgan de verdad la pena. Por una mirada sincera, por actos honestos, por reacciones correctas, por tener coherencia entre el pensamiento y la acción.
En una sociedad llena de medidas y estereotipos; en una sociedad bombardeada de imágenes de lo supuestamente “perfecto”, las personas están totalmente cegadas y olvidan que más allá de sus narices hay un mundo que se está cayendo a pedazos.
No pretendo que todo esto suene a un discurso enfadado en exceso (y, encima, trillado) con la gente y el mundo, al contrario. No estoy, tampoco, en contra de todo. Pero sí estoy en contra de que las personas olviden su esencia, olviden lo que realmente les hace “ser”. La vida no está tan larga como para gastársela en cualquier cosa; al final habrá que hacer que las arrugas valgan la pena. Tal vez ni siquiera es el final, sino a penas el principio. Algún tipo de “inicio al revés”. Sería mejor ver el tiempo que pasó y saber que de verdad fuiste alguien, que hiciste algo de ti; que no te hicieron; que no fuiste el conejillo de indias de las ideas del posmodernismo o de cualquier época; porque tal vez sea ya demasiado tarde para revertir el efecto.