Los nudos invisibles

La pandemia del coronavirus puso al mundo de cabeza. La economía, como la conocíamos, acabó. Las relaciones humanas cambiaron, el trabajo cambió, la rutina, como la conocíamos, lo hizo también. Cuestionamos si la "normalidad" a la que estábamos acostumbrados era verdaderamente "normal".

Ahora que empiezo a escribir esto recuerdo el clásico dicho de mis abuelitos "en las peores situaciones se ve cómo realmente son las personas", resultó cierto. Así como también terminó siendo cierto que las peores situaciones vuelven visibles las aberraciones y horrores de la sociedad. Esto se asemeja, casi, a un día de hacer limpieza profunda de nuestras casas: encontramos esquinas con más polvo que otras, cosas que no utilizamos hace tiempo, objetos viejos y sin valor que nos llevan a preguntarnos: ¿cuándo y por qué acumulé todo esto? Al vernos abrumados con la montonera, es probable que creamos urgente poner todo en una bolsa y tirarlo a la basura.

Resulta metafórico que al vernos cara a cara con un problema sanitario que ha se ha tomado al mundo entero, nos suceda casi lo mismo. El coronavirus ha sacado a relucir lo peor de la sociedad, lo más complejo, la suciedad más difícil de remover. Los ojos del mundo están en un problema que no parece tener solución cercana, pero el silencio, la quietud, y la falta de prisa, han hecho también que  - casi de modo obligatorio- nuestros ojos se enfoquen en lo que a diario nos acecha y que, tal vez por conveniencia, comodidad o simple falta de atención, no vemos.

Hay, además del problema "base" por calificarlo de algún modo, varios problemas adicionales que nos hacen ver que el camino por recorrer es más largo y complejo de lo que parece. La depresión, ansiedad, violencia intrafamiliar, los traumas, la desobediencia civil, el egoísmo...

Hasta el 17 de abril de 2020, en lo que va de la emergencia sanitaria en Ecuador, les sistema de emergencias ECU 911 registró 7 594 llamadas por violencia intrafamiliar. Según Juan Zapata, titular de la entidad, 256 mujeres llaman diariamente a emergencias por esta causa. ¿Imaginan pasar la cuarentena con un agresor? Seguramente no nos hemos detenido a pensarlo, como lo dije en una publicación anterior la cuarentena se vive de modos distintos, bajo distintas realidades (unas "mejores" que otras).

Por otro lado, vale también hacer referencia al impacto emocional que genera el aislamiento: tanto para quienes tenemos "el lujo" de quedarnos en casa como para todos los profesionales que están en primera línea luchando, informando, trabajando por sacar adelante a un país y un mundo que vienen heridos, remendados, dolidos. Una excolega periodista decía, hace unos días en un video de sus redes sociales, que llegar  a su sitio de trabajo le provocaba náuseas. El dolor, en este momento, es gratis y no respeta edad, género, situación. 




Una nota de Diario El Universo explica que: "Un estudio realizado por universidades chinas y estadounidenses, y que fue publicado por la editorial Elsevier, analizó la salud mental del personal médico y de enfermería en Wuhan, China, primer epicentro de la pandemia.
La investigación determinó que el 36,9 % del total del personal estudiado (994 individuos) tuvo trastornos de salud mental por debajo del umbral marcado para el estudio, el 34,4% padeció trastornos leves, el 22,4% presentó alteraciones moderadas y el 6,2 % tenía alteraciones graves inmediatamente después de la epidemia".
Como nunca, la vida se nos ha vuelto un mar de preguntas. No hay día en que no me levante pensando "¿Cuándo acabará?", las horas me pasan entre atender la casa y mi familia, trabajar, ordenar...la hora de dormir llega a veces más rápido de lo normal .
Me sumerjo en las páginas de "La bailarina de Auschwitz". Empecé este libro casi a la par con la cuarentena y tengo la extraña habilidad de relacionar casi cada línea con lo que sucede. "(...) las pesadillas no entienden de geografía, la culpa y la angustia vagan sin importarles las fronteras". De cierto modo las 412 páginas de esta obra literaria se han vuelto mi temporizador para lo que se vive: querer escapar de la realidad, a veces, nos pasa a todos. Me digo mil veces en mi cabeza que realmente me asustaré si termino este libro y no llega solución alguna. La ventaja (si puede verse así) es que leer por hobby cuando tienes un niño de casi dos años es un poco complicado, leo más lento (¿será, entonces, que el tiempo me va a parecer más largo?).
El coronavirus nos ha hecho ver con claridad todos los nudos invisibles que nos destruyen como sociedad. Siento, a veces, que todos estos "nudos" se unen y se aprietan más. Los veo en mi mente, forman una suerte de cama elástica que amortigua la caída del coronavirus y le hace regocijarse por todo lo que causa. Los nudos se aprietan, se juntan con otros, le hacen más suave y divertida la caída.
Tal vez parte de la solución esté en ver más allá de lo que consideramos normal, tal vez parte de la solución está en empezar a desanudar cada lazo para que los "problemas grandes" ya no tengan un sitio en el que caer. 
Vuelvo nuevamente a las líneas del libro que me acompaña, reviso una de las que he subrayado: 
"Es la primera vez que veo que podemos decidir: podemos prestar atención a lo que hemos perdido o prestar atención a lo que todavía tenemos". 
Sí. También resulta cierto que, a veces uno interpreta lo que lee basándose en el contexto de lo que vive. 

¿Roles?

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