Ahora, él ya creció. Es un niño lindo, juguetón, súper creativo y, pese a su corta edad, podemos tener una
conversación coherente de todo. Él me ha preguntado si me siento triste porque
mi esposo está de viaje, me cuenta cómo le va en la guardería y cuando nos vemos
me incluye en sus juegos con carritos, trenes y pistas.
Incluso
recuerdo que una vez nos inventamos toda una historia de piratas para jugar a
la “aventura” en la que él era el capitán y debíamos huir de un buque lleno de
piratas malos. No había ni tal buque, ni tales piratas malos. Solo éramos él y
yo imaginando todo el escenario antes de su hora de dormir. Recuerdo claramente
su carita, él se asustaba si estábamos cerca de los piratas malos e incluso me
decía que hable despacito para que no nos escuchen.
Estoy convencida de que la imaginación es uno de los grandes
tesoros que tenemos las personas. Lo siento así porque desde muy pequeña,
aprendí a inventarme juegos, a entretenerme con lo que tenía a la mano (sin que
necesariamente sea un juguete), a imaginar escenarios y a crear historias a
partir de ellos.
Con mis primos, cuando éramos niños, jugábamos al restaurante,
a la oficina, a la familia, e incluso imitábamos el Juego de la Oca o el
concurso de canto de Sábado Gigante en el que aparecía el chacal. Todo se
valía, y pocas veces recuerdo haber dicho que “estábamos aburridos”.
Ahora, las cosas son distintas. La tecnología
se ha ido ganando todo el espacio. La usamos para todo, es nuestro medio de
conexión, nuestra fuente de información, distracción y casi todo. Tengo que
hacer un mea culpa y aceptar que reviso redes sociales bastante seguido, y en
esas andadas justamente me encontré con un interesante artículo de Diario El
Universo: "Los huérfanos digitales, niños con problemas de conducta”. El solo
titular me aterra “Huérfanos digitales”, niños solos, claro está… pero, ¿solos
en compañía de la tecnología?
Sin tener un fundamento netamente científico,
mis instintos de mujer/aún no madre/persona, me llevan a pensar que la
tecnología puede resultar grave para los niños, pero jamás imaginé que el
efecto pueda ser tan fuerte.
Veo a la tecnología como la salida fácil. ¿El
niño está aburrido? ¿El niño no quiere comer? ¿El niño no tiene con quién
jugar? ¿El niño se cansó de pintar en su libro de dibujos? HAY QUE DARLE EL
CELULAR, LA TABLET, LA COMPUTADORA. Eso, así se queda quieto, callado y
educado.
A Youtube no se le acaban los videos, al teléfono no se le terminan los juegos, y aunque al aparato se le acabe la batería, al niño no se le acaba y con la misma viada con la que empezó a manejar los aparatos irá a buscar un enchufe para quedarse pegado a la pared con su amigo celular.
En el artículo del que les hablo, constan
varias versiones de profesionales en el tema que me atemorizan. De estas,
quiero rescatar tres puntos importantes (no es quel el resto no lo sean), para
ello, me permito copiar extractos de mencionado texto:
- “Es sumamente negativo y termina con la creatividad innata y propia de los infantes, luego son niños y niñas sin un desarrollo físico sano y adecuado a su edad y desarrollo”, refirió la psicóloga Ana Lucía Alarcón porque considera que los infantes se convierten en receptores pasivos del contenido de estos artefactos.
- “Una vez que los papás dan estos dispositivos (celulares) y se olvidan por completo de sus hijos ahí se va perdiendo ese vínculo social, esa parte afectiva y por eso vemos a muchos niños con problemas de agresividad actualmente en las escuelas y colegios. Esto se da por la falta de atención de los padres”
- Al crecer, los menores que no son tratados psicológicamente por esta conducta también tienen dificultad para socializar con las personas, para tener una relación sentimental, refirieron los especialistas".
No tengo hijos aún, pero cuando los
tenga espero poder controlar esto que parece tan complicado. Sin embargo, sobre
la base de lo expuesto me atrevo a afirmar que TODO es cierto.
Un dispositivo electrónico entrega el
pack completo, texto, imagen, sonido, movimiento…TODO! Los celulares son las
niñeras electrónicas ideales, pero eso sí, las más peligrosas.
Con un dispositivo electrónico un niño
se aisla por completo, no entiende la importancia de conversar, de compartir,
de contar, y tampoco entiende la importancia de relacionarse con el resto de
gente porque TODO lo encuentra en ese aparato diminuto que lo acompaña siempre.
Un niño que usa excesivamente un
dispositivo electrónico tampoco es capaz de desarrollar su creatividad. Es
cierto, hay miles de aplicaciones, videos, juegos que “desarrollan el intelecto
de los niños”, pero nada se compara con entender y sentir la naturaleza, con
ganar la capacidad de imaginarse alguna actividad para jugar o entretenerse,
con armar un balón con un montón de trapos o papeles o con dibujar una rayuela
en el piso y jugar hasta que caiga la noche.
¡Qué valioso enseñarle a un niño a
conversar, a relacionarse, a entender el mundo desde la perspectiva de los
humanos de carne y hueso, y no de aquellos que aparecen en la pantalla de los
dispositivos electrónicos (muchas veces nada humanos)!
Para Daniela, madre de un niño de tres
años, la batalla para evitar que la tecnología gane terreno con su hijo es una
lucha constante. La tecnología es inevitable, es real, está ahí. Pero está en
nuestras manos (padres, tíos, primos, abuelos) evitar que esta acabe con lo
único que nos diferencia a los seres humanos de los animales: la racionalidad,
la capacidad de relacionarnos y de entendernos.
Enseñemos a nuestros niños el verdadero
valor de jugar, de imaginar, de SENTIR el mundo (no el valor de sentir una
pantalla o un teclado). Enseñemos a nuestros niños a leer, a encontrar en un libro mundos infinitos, a imaginar.
#AléjalesDelCelular ¿TE UNES?