¿Era Lenín lo mejor de la revolución ciudadana?

Con los hechos que se han suscitado en los últimos días, parece que a varias personas se les ha cambiado por completo su forma de pensar. Antes, se decían miembros de la oposición, dijeron #LenínNoEsMiPresidente , marcharon durante días enteros alegando que los resultados de los comicios fueron fraudulentos, que les robaron su libertad y que no descansarían hasta ver al País en manos de quien "realmente se lo merecía".

Hoy, gracias a la poca memoria histórica que suele caracterizarnos como sociedad, y a la emoción efímera que nos invade en estos días tras la difusión de los audios en los que José Conceição Santos dialoga con el excontralor Carlos Pólit y pone en evidente vilo la posición, dignidad y orgullo político de quien hasta hoy es el Vicepresidente de la República; tras las declaraciones de Lenín mediante las que se pone en evidencia la crisis económica por la que atraviesa nuestro País, tras la batalla campal de Correa en redes sociales alegando que "les quieren robar la década ganada" (cuando el robo se hizo de otra forma) y otros hechos que han trascendido (particularmente ligados al escándalo de corrupción más grande de las últimas décadas: Odebrecht)... logro ver que, ahora, a quienes nos decíamos de oposición (o nos decimos, todavía) nos quieren vender la idea de que Lenín era el mejor candidato opositor que pudo haberse presentado para habitar Carondelet. Y no solo eso, era el mejor testaferro de lo más podrido de la revolución ciudadana. Hoy, Lenín aparece como un héroe, como el que nos dice todas las verdades (y LES dice todas las verdades), como un político tatuado de patriotismo y consideración, que tiene al diálogo como bandera y que, de cierto modo sorprende con sus acciones.


Los excompinches (y aún binomio), estrechando manos en un acto antes de la inscripción de su candidatura. 
El retiro de las funciones a Glas, mediante Decreto Ejecutivo 100, no implica la pérdida del cargo; significa más bien que el mandatario ya no tiene atribuciones y actividades puntuales dentro del esquema del Ejecutivo. Es decir, Glas sigue siendo el Vicepresidente de la República, Glas sigue siendo el binomio de Moreno, Glas sigue simplemente SIENDO. La diferencia es que, ahora, no viajará en el avión presidencial, sino que tendrá que recorrer el País por tierra para "trabajar con la ciudadanía" (como ya declaró), y un par de cosillas más, pero aclaro lo del avión porque parece que es lo que más le ha dolido.

Con este escenario, al parecer Glas adoptará la posición de lucha, se convertirá en el mercenario defensor de la revolución ciudadana, será el opositor de su binomio y seguramente la piedra angular en la que se fundarán los ideales de una "Nueva década ganada", de la mano del titiritero que, al menos por ahora, disfruta de una placentera estadía al otro lado del charco. 


Hoy, el Ecuador que hace poco estaba tan dividido, sigue marcado por una tendencia que no tiene esperanza de ser revertida: los inicialmente opositores ahora parecen oficialistas, y los inicialmente oficialistas parecen opositores; y así seguiremos, brincando de un lado al otro como si se tratara de un juego de niños; o, más bien, un juego de grandes (porque las ratas políticas ya están bastante creciditas).
La madurez política que requiere el pueblo no está ni siquiera en pañales. Nos falta, y tanto. No se trata de salir a bailar y festejar porque las funciones le fueron retiradas al vicepresidente, tampoco se trata de cantar victoria porque "¡Qué bestia! Este Moreno sí que está haciendo las cosas bien". Seamos analíticos, reemplacemos la sensibilidad por la sensatez. 

Si notamos que nuestro País empieza a caminar con miras a un futuro prometedor, si nos proponen un plan real para subsanar la enorme deuda que nos dejaron, si no nos siguen metiendo el cuento de que con carreteras y escuelas del milenio (pero sin fuentes de trabajo y sin mecanismos de progreso) estamos casi a un pasito de convertirnos, poco más en potencia mundial; ahí, solo ahí, empecemos a alegrarnos porque "el que esté/el que venga/el que siga sí ha sabido hacer las cosas bien", y el pueblo ha sabido también ser protagonista y no solamente un títere de quienes lo manejan a su antojo, y se frotan las manos como una mosca acechando pasteles, alegrándose de haber metido la mano en sus bolsillos y preparándose para cometer cuanta desfachatez esté a su alcance.

Los niños…¿no lloran?

Caminaba por un concurrido lugar de mi ciudad. Disfruto mucho de observar a la gente; no es curiosidad, es instinto. Me gusta sentarme y ver a las personas que pasan, qué es lo que hacen, cómo actúan, cómo se relacionan con el mundo.

Una familia de cuatro miembros (a juzgar por mi intuición, eran familia). Él, tal vez 35 años, ella 30 o un poco menos. Dos pequeños revoloteaban a su lado. Una niña de 3 o 4 años y un caballerito de 6 u 8 años. Jugaban juntos, saltaban y corrían alrededor de sus padres y adornaban con su risa y travesura la fría tarde de junio.

Por necesidad y, para mí, por perfecta coincidencia, se sentaron muy cerca del sitio en el que estaba. Papá y mamá conversaban y reían y el par de hermanos se sentaron al borde de la banquita en la que la familia decidió descansar. De un momento a otro, la mirada de los dos pequeños se encendió, había un carrito de helados en la zona. “¡Por favor, por favor, queremos un helado! Helado, he-la-do. HEEELADOOO!”. Los dos niños se acercaron al comerciante con un par de monedas que su padre les había dado, dichosos, saboreaban dos paletas rojas. Al regresar, el hermano mayor tropezó con los cordones de sus zapatos (estaban desatados, siempre lo estuvieron), cayó y empujó involuntariamente a su hermana, lo que ocasionó que las golosinas cayeran al piso.

En cuestión de segundos, las sonrisas se extinguieron. Ambas miradas se llenaron de lágrimas y estallaron dos llantos que llenaron, en segundos, el eco del lugar. “Ya, mijita, tranquila, tranquila” le decía la madre a la pequeña. Mientras que el padre, levantó con delicadeza pero muy firmemente, al pequeño sujetándolo del brazo: “ A ver, hijito, cálmate. Los hombres no lloran, debes ser durito”.

El niño se encogió de hombros y trataba de consolarse mientras se fregaba los ojos con las manos y limpiaba su nariz. Estaba desconsolado, sí. Pero no tenía de otra, tenía que “aguantarse”; es lo que le había dicho su padre, y sus lágrimas tenían que obedecer.


 No paraba de rondarme la misma idea en la cabeza: En serio, ¿los hombres no lloran? Desde sus primeros días, e incluso desde que están en el vientre de sus madres, los niños aprenden e imitan lo que escuchan y ven. Sus sentidos son la puerta de entrada al mundo, son los engranajes que trabajan arduamente  para formar su personalidad; children see, children do.

Será entonces que, decirle a un niño que, por ser hombre, no debe llorar ¿es lo correcto? Para muchos padres, puede serlo.

El llanto no es una bandera de género, no es un agente diferenciador entre un niño y una niña. Es, simplemente, una forma de exteriorizar un sentimiento: alegría, dolor, tristeza, nostalgia. Decirle a un niño que “no llore, por que los hombres no lloran”, es un riesgo latente.

En las culturas latinoamericanas suele ser un hecho recurrente, pero, ¿se han puesto a pensar en los efectos?

Nos quejamos constantemente de las acciones machistas; incluso hay niños que, desde pequeños, buscan demostrar superioridad frente al género contrario; seguramente a muchos de ellos sus padres o alguien cercano les dijo que las muñecas son solo un juego de niñas, que las niñas no juegan con autos, o, simplemente, les dijeron que “no lloren”, porque los niños no lo hacen. 



Es necesario criar niños que sepan el valor de los sentimientos. Que aprendan a reír, pero que también aprendan a llorar. La sensibilidad ante la vida resulta elemental, dejemos que los niños rían y lloren, no por berrinche ni capricho, deben hacerlo si les resulta necesario. No son máquinas, son seres humanos. Y el llanto es una de las muestras más sublimes de humanidad, una lágrima que moja una mejilla será también causante de un abrazo o una caricia. Los niños necesitan llorar; para, valga la redundancia, sentir que sienten.


Crónica de media cuadra (porque no fue posible la cuadra entera)

Caminar por la ciudad resulta relajante y placentero, principalmente si es por lugares que guardan historia, magia y secretos. Quienes me conocen saben lo mucho que adoro el Centro Histórico de Quito. Al transitar por sus calles, suelo perderme en cada esquina, cada balcón. No puedo dejar de admirar la belleza de su arquitectura, ni de su gente.

Sin embargo, resulta que ahora ir al Centro Histórico (sola) se convirtió en un acto inconveniente y de riesgo. Y sí, tal vez no solamente en ese sitio de la ciudad si no, en general, en las calles del mundo.  No se trata de ser feminista, de caer en tendencias radicales ni de exagerar en actitudes, pero resulta lamentable que el solo hecho de caminar por sitios públicos (para las mujeres, mayoritariamente) sea tan complicado.

Viernes, media tarde. Clima cálido y jornada laboral. Estacioné mi auto en uno de los espacios públicos que tiene el Centro Histórico de Quito, mi sitio de destino estaba exactamente a una cuadra del lugar en el que dejé mi vehículo. Bajé del auto, me ilusioné con ese aroma a maíz dulce, con la clásica bulla de este sector de la capital; adornada por los gritos de los vendedores de periódico, vendedores ambulantes y las llantas de los autos chocando contra ese pavimento que, de seguro, ha soportado pisadas de personas que hicieron historia. Mientras camino por allí, disfruto de imaginar cómo habría sido la zona hace un siglo, o tal vez dos.

A penas dí un par de pasos, y bastaron para encontrarme con un montón de hombres impertinentes. Es lo que hay: IMPERTINENCIA, tropezones con "halagos" que no queremos. “Mira, unita así para nosotros”, “Ay, reina, ssssss”, “Qué bestia, qué rica”.

El acoso callejero es una realidad, y nos ha obligado (lamentablemente) a caminar con la cabeza baja, con miedo y frustración. Según cifras del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, el 80% de las mujeres sienten temor de usar medios de transporte píublicos, y al menos el 68% de ellas sienten temor de transitar por sitios públicos. Los números son alarmantes, y es un fenómeno mundial. ¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar los “piropos” de desconocidos? ¿Hasta cuándo debemos agachar nuestra cabeza para tratar, en la mayor medida posible, de no ser acosadas por esas miradas que intimidan y aterrorizan?

Seguí caminando, saltando de un lado a otro de la calle para evitar estos encuentros poco afortunados con los acosadores. Esquivaba acosadores como si se tratara de evitar baches. Sí, porque eso son: ACOSADORES. Deberán entender que acosar es invadir el espacio de otra persona, no importa que no exista contacto físico, una palabra o mirada son suficientes. Asustada, llegué a la siguiente esquina y me encontré con un grupo de 5 o 6 hombres. Todos decían palabras insultantes. Eché a correr para la siguiente esquina aguantándome las ganas de parar frente a ellos y gritarles todo lo que merecían. Pero no, resulta que no podemos pararnos frente a ellos porque de seguro nos pagan con la misma moneda. Harán un círculo en torno a nosotros y gritarán una u otra impertinencia más, tal vez hasta se atreverían a tocar nuestro cuerpo o a golpearnos. Porque son así, son los dueños de las calles, y se creen dueños también de quienes por a caminamos. Harores. Stimidan y y se creen dueños tambien s porque de seguro nos pagan con la misma moneda. Harores. Stimidan y hí caminamos. Un vigilante de tránsito se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, regresó a ver y no hizo absolutamente nada.


Llegué asustada a mi lugar de destino, no me atreví a caminar de regreso al sitio en el que había dejado mi auto y pedí que un taxi me trasladara al lugar. No caminé más de lo que debía, no logré hacerlo. Debía recorrer una cuadra y tuve que quedarme a la mitad.

Las mujeres debemos sentirnos libres de transitar por el sitio que elijamos, bajar nuestra mirada no debe ser una opción. No necesitamos medios de transporte “diferenciados”, tampoco necesitamos botones de auxilio para denunciar el acoso, necesitamos una sociedad consciente de que el acoso no es una opción, ni los “piropos”, ni los silbidos, ni tampoco los “besos” de un auto a otro, o de un auto hacia la calle, o frente a frente.

No los conocemos, tampoco queremos hacerlo. Solo queremos vivir nuestra rutina sin tener que alterarla por culpa de un acosador. Solo queremos ser transeúntes, y serlo en paz.




Entre los pechos de Emma Watson y un idilio de motel

Las redes sociales son un monstruo que crece a pasos desmesurados cada día. A ese ser, a veces tan bueno y a veces tan horripilante, le gusta comer de todo: chismes, curiosidad, morbo y crítica. Pero, uno de sus alimentos favoritos son los eruditos. ¡Sí! esos nuevos eruditos, opinólogos y dueños de la verdad.

En las redes sociales, todos somos libres de decir y exponer lo que bien nos plazca; pero las riendas del bicho en el que vamos "sentaditos" pierden el control casi todo el tiempo.

Corría el mes de marzo de 2017, ya nos habíamos visto inundados de contenidos sobre la mujer. Entre el acoso y la lucha, entre la justicia y la equidad. Y es que parece que, detrás de una pantalla de ordenador o de dispositivo móvil, somos poderosos. ¡Y sí que lo somos! Somos los amos y señores de lo que publicamos, de lo que replicamos y de lo que vemos. El criterio se nos resbala entre los dedos mientras tecleamos ansiosamente...

Hace dos días (que no les suene a periódico de ayer, pasa que recién logré animarme a escribir) ingresé a la web de la BBC y encontré una nota que llamó mi atención: Controversia por fotografías en Vanity Fair: ¿es Emma Watson antifeminista por mostrar sus senos? . No soy amante de la información de espectáculo, pero como periodista sé que hay que enterarse de todo. "Lee de todo, hasta para que tengas de qué conversar con la gente", decía un profesor de mi universidad.

Leí la nota con atención, y llegué a la conclusión de que el término feminismo está "híperutilizado" , a tal punto, que perdió su esencia y significado. Sucede que Watson, actriz y modelo británica es reconocida (además de sus papeles en grandes producciones cinematográficas) por apoyar e impulsar principalmente, causas que promueven la igualdad de género.

Llega el momento "cúspide" del tema, y Watson aparece en una serie de fotografías que muestran "algo demás" (para opinión de todos los eruditos y opinólogos). Entonces, la multitud se enardece: ¿CÓMO ES POSIBLE QUE, WATSON, AL LUCHAR CONTRA LA COSIFICACIÓN DE LA MUJER, APAREZCA EN IMÁGENES DE TAL CATEGORÍA? La actriz, se defendió, manifestó que hay una confusión sobre el concepto feminismo, resaltó lo artístico de las fotografías y añadió que el feminismo se trata de "la liberación y de dar opciones a las mujeres" .

Fotografía de Emma Watson, en Vanity Fair
Tan confundidos estamos, que nos alarmamos por una sesión de fotos (sin vulgaridad, desde mi punto de vista), pero no nos alarmamos por un grupo de mujeres mostrando los pechos en una plaza central de un país latinoamericano. ¿Sabemos verdaderamente QUÉ es el feminismo? ¿Lo llevamos como bandera o como excusa?

Volviendo al drama de las redes sociales, hoy ocurrió un hecho que también llamó mi atención. Se hizo viral un video sobre una pareja saliendo de un motel, el esposo de la mujer en cuestión grabó el hecho y enseguida se viralizó (bien puesto el nombre "viralizar", a veces las redes nos contagian de contenidos basura, y eso sí que es un  virus. Resulta casi como enfermarse.).


De inmediato, aparecieron fotografías de la mujer con su esposo, del amante con su esposa, de la mujer y sus hijos, de la vida, pasión y muerte de los protagonistas de este idilio de motel. El afectado, impulsado por su ira, seguramente no pensó demasiado para grabar el video, tal vez tampoco pensó demasiado en lo rápido que podía llegar a millones de espectadores, tal vez tampoco pensó en sus hijos ni en su familia...tampoco lo hicieron todos aquellos que se dedicaron a reenviar el material a su lista de contactos, tal vez no pensaron lo vergonzoso y difícil de la situación...tal vez, simplemente, NO PENSARON.

Sucede, entonces, que entramos en un conflicto moral complicado. Nos hemos dedicado a criticar todo lo que vemos, a viralizar contenidos y a viralizarnos la mente. Nos hemos dedicado a luchar contra una verdad inexistente, o a crearla de la nada y deshacerla cuando nos viene en gana.

Ya no tenemos claro qué es el feminismo, ya no sabemos a dónde va esa lucha. No sabemos si se trata de satanizar a cada hombre que vemos o de satanizarnos a nosotros mismo. No sabemos si lo que debemos hacer es publicar cada cosa que vivimos, o mofarnos de lo que vive el resto.

Dos hechos aparentemente aislados, que tal vez no son prueba de nada o son prueba de mucho. Del morbo, de la burla, del paredón en el que ponemos a los "protagonistas" cada vez que "viralizamos" lo indebido.

¿Roles?

  Hoy tuve que asistir a una reunión con mi hijo porque, a veces, el plan no sucede como estaba pensado. Estuve casi 30 minutos en una sala ...