Caminar por la
ciudad resulta relajante y placentero, principalmente si es por lugares que
guardan historia, magia y secretos. Quienes me conocen saben lo mucho que adoro
el Centro Histórico de Quito. Al transitar por sus calles, suelo perderme en
cada esquina, cada balcón. No puedo dejar de admirar la belleza de su
arquitectura, ni de su gente.
Sin embargo, resulta que ahora ir al Centro Histórico (sola)
se convirtió en un acto inconveniente y de riesgo. Y sí, tal vez no solamente
en ese sitio de la ciudad si no, en general, en las calles del mundo. No se trata de ser feminista, de caer en
tendencias radicales ni de exagerar en actitudes, pero resulta lamentable que
el solo hecho de caminar por sitios públicos (para las mujeres,
mayoritariamente) sea tan complicado.
Viernes, media tarde. Clima cálido y jornada laboral.
Estacioné mi auto en uno de los espacios públicos que tiene el Centro Histórico
de Quito, mi sitio de destino estaba exactamente a una cuadra del lugar en el
que dejé mi vehículo. Bajé del auto, me ilusioné con ese aroma a maíz dulce,
con la clásica bulla de este sector de la capital; adornada por los gritos de
los vendedores de periódico, vendedores ambulantes y las llantas de los autos
chocando contra ese pavimento que, de seguro, ha soportado pisadas de personas
que hicieron historia. Mientras camino por allí, disfruto de imaginar cómo
habría sido la zona hace un siglo, o tal vez dos.
A penas dí un par de pasos, y bastaron para encontrarme con
un montón de hombres impertinentes. Es lo que hay: IMPERTINENCIA, tropezones con "halagos" que no queremos. “Mira, unita así para nosotros”, “Ay, reina, ssssss”, “Qué bestia,
qué rica”.
El acoso callejero es una realidad, y nos ha obligado
(lamentablemente) a caminar con la cabeza baja, con miedo y frustración. Según
cifras del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, el 80% de las mujeres
sienten temor de usar medios de transporte píublicos, y al menos el 68% de
ellas sienten temor de transitar por sitios públicos. Los números son
alarmantes, y es un fenómeno mundial. ¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar
los “piropos” de desconocidos? ¿Hasta cuándo debemos agachar nuestra cabeza
para tratar, en la mayor medida posible, de no ser acosadas por esas miradas
que intimidan y aterrorizan?

Las mujeres debemos sentirnos libres de transitar por el
sitio que elijamos, bajar nuestra mirada no debe ser una opción. No necesitamos
medios de transporte “diferenciados”, tampoco necesitamos botones de auxilio
para denunciar el acoso, necesitamos una sociedad consciente de que el acoso no
es una opción, ni los “piropos”, ni los silbidos, ni tampoco los “besos” de un
auto a otro, o de un auto hacia la calle, o frente a frente.
No los conocemos, tampoco queremos hacerlo. Solo queremos
vivir nuestra rutina sin tener que alterarla por culpa de un acosador. Solo
queremos ser transeúntes, y serlo en paz.
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