Estoy segura de que no soy la única que ha pasado estos días con un nudo en el pecho, con una sensación de "no saber", de "no sentir".
La muerte de Efraín duele, y no importa si no le conocimos, si no era el amigo, el familiar.
¿Por qué en plena luz del día?, ¿cómo en una avenida tan transitada? No, señores. La oscuridad y desolación no deben actuar como justificativos para un crimen, en realidad ningún factor debería.
No se trata tampoco de hablar de la visibilidad de este caso porque se trata de un famoso. Se trata de que este hecho le atraviesa el alma al Ecuador entero y le abrió los ojos de una forma en la que tal vez no había sucedido antes.
Vivimos en una sociedad en la que la violencia ya es algo "normal". En la que las muertes y desapariciones se acumulan como papeles en un escritorio y, así mismo, se quedan allí guardando el polvo y esperando que alguien les regrese a ver (para resolver lo que en ellos dice o simplemente recordar).
Una sociedad en la que la justicia -ciega como es- se da modos para volver con aprecio sus ojos a los delincuentes, y cerrarlos nuevamente ante las víctimas.
¿Sicariato a la orden del día?, ¿crímenes ejecutados por "profesionales"?, ¿será que cada vez nos parecemos más a la Colombia de Pablo Escobar?
Hoy se cumple una semana del asesinato de Efraín. Una semana sin respuestas, sin pistas. Se cumple un día más de no tener respuestas para los familiares de Lisbeth Baquerizo, un día más de no tener respuestas por el atropello que le quitó la vida a Santiago Jaramillo, un día más de no saber nada para quiénes perdieron a sus familiares por muertes violentas, que debieron "conformarse" con una respuesta vaga por parte de las autoridades porque un familiar o amigo desapareció y... listo, no se supo más.
Según datos oficiales, los asesinatos pasaron de 890 en 2019 a 1 011 en 2020; los sicariatos, en cambio, pasaron de 6 a 11.
La violencia crece como espuma; mientras tanto, presidiarios hacen tiktoks desde la cárcel, quedan libres los acusados de peculado y obtención irregular de contratos, y los prófugos de la justicia muestran su sonrisa en pancartas de propaganda política.
Al Ecuador le amortiguan los golpes con cortinas de humo, le abren nuevas llagas cuando saben bien -los pillos de corbata y los de no corbata- que viene herido de muerte, hace mucho.
Hoy se cumple una semana, y no hay respuestas. Hoy pasa un día más para quienes, desde hace meses o años, tampoco resolvieron su incertidumbre. Todavía estamos a tiempo de salir del hoyo, de hacer que la impunidad, la injusticia, inseguridad y corrupción dejen de atravesarnos la vida como puñales.
A los hechos hay que llamarlos por su nombre. Ruales no murió, no estaba enfermo, no tuvo un accidente: le arrebataron la vida de la forma más vil y desalmada.
Se están yendo los que no deben, mientras que los pillos, los corruptos, y los mafiosos pasean libres por las calles, y a veces hasta aparecen en las papeletas electorales.
*Imágenes tomadas de internet.
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