¿Roles?

 Hoy tuve que asistir a una reunión con mi hijo porque, a veces, el plan no sucede como estaba pensado.

Estuve casi 30 minutos en una sala de reuniones mientras él, tranquilo y respetuoso, fue mi compañía durante la junta.
Escuchó atento, y ni siquiera se quitó su mascarilla para comer un snack que le ofrecieron (créditos a mi cliente por comprender la situación).
Salimos de la reunión y lo abracé fuerte.
-¿Eres mi compañero? -Le dije.
-Siempre, ma.
Subimos al auto y retornamos a casa. Durante la tarde cumplí con mis pendientes y escribo esto siendo casi las 23h00.

5,664 Working Mother Illustrations & Clip Art - iStock

Mi opinión: normalizar que las madres que trabajan son muchas y reconocer su mérito no debería ser algo "extraño".
Recibir a una madre o padre con su hijo eventualmente en la oficina no debería ser tampoco algo extraño.
Excluir a mujeres profesionales por creer que sus hijos o familias limitan su capacidad de cumplir con sus responsabilidades es un error.
¿Qué nos sigue limitando para eliminar definitivamente la brecha de género?
En #Ecuador, la brecha de género en desempleo es preocupante: 6.7 % para las mujeres y 3.7 % para los hombres. De los 4.4 millones de personas que integran la Población Económicamente Inactiva (PEI) 3.3 son mujeres: este grupo de personas no tiene trabajo o no ha encontrado alguna oportunidad durante su búsqueda.
Alguna vez, durante un proceso de selección, me manifestaron que no podía avanzar a la siguiente etapa porque "seguramente pronto tendría hijos". ¿Qué hubiera sucedido si en ese momento suspendía mi búsqueda? ¿Qué hubiera sucedido si tendría en mente que la maternidad sería un bloqueo para formar mi propia empresa?
¿Cuántas mujeres seguimos el camino pese a la discriminación laboral?
Una mujer, ¿qué es primero? ¿Madre?, ¿esposa?, ¿profesional?
Mi respuesta: no es nada "primero". Es todo al mismo tiempo, y eso está bien. Es capaz de cumplir con todo, y de "pasar la prueba con honores".
Vale detenerse a reflexionar.

Abril: mes de la concientización sobre la cesárea

 Abril es el mes de la concientización sobre la cesárea.

¿Contra cuántos tabúes hay que irse para que las mentalidades se vuelvan más flexibles y abiertas?
Oigan, cuando somos mamás batimos récord de todos esos estigmas que te pone la sociedad (¡palabra de gallero!).
Las mujeres escuchamos voces "expertísimas" en todo:
Que por qué solo lactancia, que deberías complementar la alimentación de tu bebé con fórmula.
Que por qué fórmula y no lactancia. Que si le das demasiado el pecho, que si es poco.
Que por qué le das de lactar hasta después del año, que por qué suspendiste la lactancia antes del año.
Que si BLW o métodos comunes de alimentación. Que si se "acostumbró al brazo" o que deberías atenderle más. Que no le abrigues, que le abrigas demasiado o que le tienes muy desabrigado.
Que si le dejas ver mucha TV o cero TV. Que estaba portándose bien y "justo cuando llegaste" enloqueció.
Que por qué cesárea y no parto normal.
¡Alerta spoiler! En la maternidad NADA (o casi nada) pasa como en un manual. Las casas ordenadas y pulcras solo existen en los comerciales, y las madres radiantes, regias, que no tienen un pelo fuera del lugar tampoco son basadas en la vida real...
No eres menos mamá ni menos mujer por haber tenido una cesárea o un parto normal. No eres menos mamá o menos mujer si decidiste no tener parto normal, tampoco eres menos mamá o menos mujer si por motivos médicos el parto normal no fue opción.
Mirarse al espejo y encontrar una cicatriz que te acompañará toda la vida no es más que un tatuaje que muestra que has dado vida.
¿Y si se ve cuando uses un traje de baño? ¡Mejor! Que se entere el mundo de que eres mamá, con todo tu todo (hasta con esa señal que "sonríe" desde tu vientre).
Palabra de una mamá que tuvo cesárea y que volvería a repetirlo si fuera necesario.
Si eres mamá y no encuentras respuesta, busca bien. Solo tú la tienes.
                                            Puede ser una imagen de una o varias personas y texto


La selva del odontólogo

Salir a cualquier sitio durante una pandemia es, en realidad, un verdadero trámite: uno debe estar pendiente de mil detalles, no olvidar la mascarilla, la mascarilla de repuesto, el visor, el alcohol, ir con ropa cómoda, etc. 

 

Las citas médicas no son la excepción: es algo que “debemos” hacer, a veces no hay sitio para reemplazar o aplazar estos encuentros, entonces toca hacer “de tripas corazón” y salir, vestidos como astronautas, al encuentro con los galenos que -por lo general- nos esperan también con traje espacial.


                                                    Odontología | Dentista, Odontología, Odontologo

 

Llego al consultorio odontológico y pienso que el ambiente debe ser muy similar al de un laboratorio o sitio de trabajo de la NASA: al ingresar, pongo alcohol gel en mis manos y cubro mis zapatos con unos forros celestes dignos de la asepsia y cuidados de un quirófano. Me reciben, toman mi temperatura y me piden que pase a lavar mis manos. En el baño, desde la parte inferior del espejo, me mira una cinta con información sobre cómo lavarse correctamente las manos. 

 

Presiono la llave de agua con el codo mientras hago malabares para no botar mi bolso ni tocar nada más. Presiono, también con el codo, el dispensador de jabón, enjuago mis manos cuidadosamente, tomo una toalla de papel, desecho la toalla en el basurero rojo con el letrero “DESECHOS TÓXICOS”, abro la puerta del baño con la punta de los dedos y ocupo media botellita de alcohol para desinfectarlas de nuevo. 

 

Paso a la sala de espera y me pierdo en su silencio. Hay dos personas más sentadas cada una en un sofá y no hacen más que mirar sus teléfonos. Escucho una voz lejana: “Paciente…María”. Ya, soy yo. Nunca pueden pronunciar bien mi apellido así que… con mi primer nombre es suficiente. Subo las pulcras gradas que me llevan a la segunda planta del consultorio e ingreso al cubículo, ¡el consultorio de odontopediatría!

 

Mientras el doctor se coloca una cofia, delantal, visor, guantes y termina de vestirse de hombre del espacio, desde la pared me miran un panda y una jirafa que parecen entusiasmados por mi visita. 


                                    Ir al odontólogo en pandemia: con atención restringida y protocolo  estricto, advierten por la crisis del sector

 

Coloco en una bolsa desechable mis lentes y mi mascarilla, intento contener la respiración porque la paranoia del bicho (COVID) nos hace pensar dos veces hasta en la necesidad vital de inhalar y exalar. El médico y su ayudante explican que el sitio ha sido desinfectado minuciosamente, y que puedo recostarme en la camilla para comenzar con mi tratamiento.

 

Desde el CPU del computador del consultorio suena una canción que seguramente está en las listas mundiales de las más escuchadas. “Me gusta”, me digo. Y tomo la canción como buen preámbulo a la tortura bucal. 

 

El tratamiento comienza, la canción está en shuffle y se repite una, y otra, y otra vez. Ya empiezo a odiarla, no quiero escucharla más. Tal es el disgusto que ni siquiera recuerdo cuál era. 


Desde la pared, con ojos inmóviles, el panda y la jirafa me miran. Ya no sé en qué más distraerme, pienso en los pendientes del trabajo, en mi familia que está esperándome en casa, en lo que olvidé hacer y en lo que debería hacer…hay un televisor empotrado en el techo consultorio (supongo que lo encienden para distraer a los niños que van a consulta de odontología) y me imagino lo bueno que hubiera sido tener la oportunidad de pedirle al médico que encienda el televisor, conecte Netflix y me deje continuar con mi serie. Luego analizo que no sería tan buena idea, tengo el rostro del médico a centímetros de mi cara, no serviría de nada ver una serie ahora. 

 

Intento seguir con mis distracciones y ahora cuento las puntas de las palmeras que adornan la pared en la que posan el panda y la jirafa: siete puntas, siete sombras. Mi boca está casi completamente adormecida, intenté no tener arcadas cuando los algodones la llenaron, y también fui muy hábil para comunicarle al doctor que “por favor succione” escribiendo como a ciegas un mensaje en mi celular. Ustedes me entenderán: uno visita el dentista y es imposible responder a las preguntas que este hace, ¡hay que ser recursivos! 

 

Llevo casi dos horas en el lugar y, por suerte, hace pocos minutos la repetitiva canción cambió: ahora me acompañan algunos covers de Sam Smith, Taylor Swift, y Miley Cyrus. “La cosa mejora”, me digo, e intento concentrarme nuevamente en respirar lentamente y no arrancarme todos los aparatos de la boca para salir corriendo. 

 

Finalmente el momento llega, y el médico me indica que en pocos minutos seré libre. Mientras termina el tratamiento, él y su ayudante hablan de la vida y de la política, e intensa como el sonido de la máquina pulidora (que me disculpen los dentistas si no estoy expresándome bien) llega la pregunta: "¿Cuándo será que nos toca la vacuna, oye?"., Y ahí empiezo de nuevo a marearme y escuchar la conversación que se clava como agujas en mis oídos: ESTE MAN HA PASADO CASI DOS HORAS A CENTÍMETROS DE MI BOCA (con mascarillas, visor y traje de astronauta, claro), PERO NO ESTÁ EN LOS PROFESIONALES MÉDICOS DE PRIMERA LÍNEA,  CARAMBA ¡NO ESTÁ!

 

El tratamiento llega a su fin: me quitaron todos los instrumentos de la boca, hago un leve masaje en mi mandíbula y me lanzo con desesperación a la bolsa en la que esperan mi mascarilla y lentes. Me los pongo rápidamente y, antes de salir, no puedo evitar conversar con el médico: "¿En serio no les van a vacunar?", digo. Después de casi dos horas de tenerle cerca ya memoricé la expresión de sus ojos, puedo notar que se nublaron y sus cejas se arquearon hacia abajo: “En serio no...o, al menos, aún no.”, me dice. No sabe cuánto tiempo pasará, no sabe si le vacunarán pronto, ni a él ni a sus compañeros. 

 

Tomo mi bolso y salgo del consultorio olvidando la odiosa canción que sonó más de 10 veces y los rostros sonrientes del panda y la jirafa. El dolor de mi mandíbula se atenúa poco a poco, y ahora camina lentamente hacia mi cabeza: quienes están detrás del plan de vacunación no han entendido nada, y esos vacíos se notan más cuando estamos cerca (como 10 centímetros o menos) de la realidad de los demás.

Duele

 Estoy segura de que no soy la única que ha pasado estos días con un nudo en el pecho, con una sensación de "no saber", de "no sentir".

                                              Depresión tratamientos, síntomas e información en CuidatePlus

La muerte de Efraín duele, y no importa si no le conocimos, si no era el amigo, el familiar.

¿Por qué en plena luz del día?, ¿cómo en una avenida tan transitada? No, señores. La oscuridad y desolación no deben actuar como justificativos para un crimen, en realidad ningún factor debería.

No se trata tampoco de hablar de la visibilidad de este caso porque se trata de un famoso. Se trata de que este hecho le atraviesa el alma al Ecuador entero y le abrió los ojos de una forma en la que tal vez no había sucedido antes.

Vivimos en una sociedad en la que la violencia ya es algo "normal". En la que las muertes y desapariciones se acumulan como papeles en un escritorio y, así mismo, se quedan allí guardando el polvo y esperando que alguien les regrese a ver (para resolver lo que en ellos dice o simplemente recordar).

Una sociedad en la que la justicia -ciega como es- se da modos para volver con aprecio sus ojos a los delincuentes, y cerrarlos nuevamente ante las víctimas.

                                                                El totalitarismo jurídico del ministro Catalá: De la justicia ciega a la  justicia tuerta - La Paseata

¿Sicariato a la orden del día?, ¿crímenes ejecutados por "profesionales"?, ¿será que cada vez nos parecemos más a la Colombia de Pablo Escobar?

Hoy se cumple una semana del asesinato de Efraín. Una semana sin respuestas, sin pistas. Se cumple un día más de no tener respuestas para los familiares de Lisbeth Baquerizo, un día más de no tener respuestas por el atropello que le quitó la vida a Santiago Jaramillo, un día más de no saber nada para quiénes perdieron a sus familiares por muertes violentas, que debieron "conformarse" con una respuesta vaga por parte de las autoridades porque un familiar o amigo desapareció y... listo, no se supo más. 

Según datos oficiales, los asesinatos pasaron de 890 en 2019 a 1 011 en 2020; los sicariatos, en cambio, pasaron de 6 a 11. 

La violencia crece como espuma; mientras tanto, presidiarios hacen tiktoks desde la cárcel, quedan libres los acusados de peculado y obtención irregular de contratos, y los prófugos de la justicia muestran su sonrisa en pancartas de propaganda política. 

Al Ecuador le amortiguan los golpes con cortinas de humo, le abren nuevas llagas cuando saben bien -los pillos de corbata y los de no corbata- que viene herido de muerte, hace mucho. 

Hoy se cumple una semana, y no hay respuestas. Hoy pasa un día más para quienes, desde hace meses o años, tampoco resolvieron su incertidumbre. Todavía estamos a tiempo de salir del hoyo, de hacer que la impunidad, la injusticia, inseguridad y corrupción dejen de atravesarnos la vida como puñales. 

A los hechos hay que llamarlos por su nombre. Ruales no murió, no estaba enfermo, no tuvo un accidente: le arrebataron la vida de la forma más vil y desalmada.

Se están yendo los que no deben, mientras que los pillos, los corruptos, y los mafiosos pasean libres por las calles, y a veces hasta aparecen en las papeletas electorales.


*Imágenes tomadas de internet.

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Los nudos invisibles

La pandemia del coronavirus puso al mundo de cabeza. La economía, como la conocíamos, acabó. Las relaciones humanas cambiaron, el trabajo cambió, la rutina, como la conocíamos, lo hizo también. Cuestionamos si la "normalidad" a la que estábamos acostumbrados era verdaderamente "normal".

Ahora que empiezo a escribir esto recuerdo el clásico dicho de mis abuelitos "en las peores situaciones se ve cómo realmente son las personas", resultó cierto. Así como también terminó siendo cierto que las peores situaciones vuelven visibles las aberraciones y horrores de la sociedad. Esto se asemeja, casi, a un día de hacer limpieza profunda de nuestras casas: encontramos esquinas con más polvo que otras, cosas que no utilizamos hace tiempo, objetos viejos y sin valor que nos llevan a preguntarnos: ¿cuándo y por qué acumulé todo esto? Al vernos abrumados con la montonera, es probable que creamos urgente poner todo en una bolsa y tirarlo a la basura.

Resulta metafórico que al vernos cara a cara con un problema sanitario que ha se ha tomado al mundo entero, nos suceda casi lo mismo. El coronavirus ha sacado a relucir lo peor de la sociedad, lo más complejo, la suciedad más difícil de remover. Los ojos del mundo están en un problema que no parece tener solución cercana, pero el silencio, la quietud, y la falta de prisa, han hecho también que  - casi de modo obligatorio- nuestros ojos se enfoquen en lo que a diario nos acecha y que, tal vez por conveniencia, comodidad o simple falta de atención, no vemos.

Hay, además del problema "base" por calificarlo de algún modo, varios problemas adicionales que nos hacen ver que el camino por recorrer es más largo y complejo de lo que parece. La depresión, ansiedad, violencia intrafamiliar, los traumas, la desobediencia civil, el egoísmo...

Hasta el 17 de abril de 2020, en lo que va de la emergencia sanitaria en Ecuador, les sistema de emergencias ECU 911 registró 7 594 llamadas por violencia intrafamiliar. Según Juan Zapata, titular de la entidad, 256 mujeres llaman diariamente a emergencias por esta causa. ¿Imaginan pasar la cuarentena con un agresor? Seguramente no nos hemos detenido a pensarlo, como lo dije en una publicación anterior la cuarentena se vive de modos distintos, bajo distintas realidades (unas "mejores" que otras).

Por otro lado, vale también hacer referencia al impacto emocional que genera el aislamiento: tanto para quienes tenemos "el lujo" de quedarnos en casa como para todos los profesionales que están en primera línea luchando, informando, trabajando por sacar adelante a un país y un mundo que vienen heridos, remendados, dolidos. Una excolega periodista decía, hace unos días en un video de sus redes sociales, que llegar  a su sitio de trabajo le provocaba náuseas. El dolor, en este momento, es gratis y no respeta edad, género, situación. 




Una nota de Diario El Universo explica que: "Un estudio realizado por universidades chinas y estadounidenses, y que fue publicado por la editorial Elsevier, analizó la salud mental del personal médico y de enfermería en Wuhan, China, primer epicentro de la pandemia.
La investigación determinó que el 36,9 % del total del personal estudiado (994 individuos) tuvo trastornos de salud mental por debajo del umbral marcado para el estudio, el 34,4% padeció trastornos leves, el 22,4% presentó alteraciones moderadas y el 6,2 % tenía alteraciones graves inmediatamente después de la epidemia".
Como nunca, la vida se nos ha vuelto un mar de preguntas. No hay día en que no me levante pensando "¿Cuándo acabará?", las horas me pasan entre atender la casa y mi familia, trabajar, ordenar...la hora de dormir llega a veces más rápido de lo normal .
Me sumerjo en las páginas de "La bailarina de Auschwitz". Empecé este libro casi a la par con la cuarentena y tengo la extraña habilidad de relacionar casi cada línea con lo que sucede. "(...) las pesadillas no entienden de geografía, la culpa y la angustia vagan sin importarles las fronteras". De cierto modo las 412 páginas de esta obra literaria se han vuelto mi temporizador para lo que se vive: querer escapar de la realidad, a veces, nos pasa a todos. Me digo mil veces en mi cabeza que realmente me asustaré si termino este libro y no llega solución alguna. La ventaja (si puede verse así) es que leer por hobby cuando tienes un niño de casi dos años es un poco complicado, leo más lento (¿será, entonces, que el tiempo me va a parecer más largo?).
El coronavirus nos ha hecho ver con claridad todos los nudos invisibles que nos destruyen como sociedad. Siento, a veces, que todos estos "nudos" se unen y se aprietan más. Los veo en mi mente, forman una suerte de cama elástica que amortigua la caída del coronavirus y le hace regocijarse por todo lo que causa. Los nudos se aprietan, se juntan con otros, le hacen más suave y divertida la caída.
Tal vez parte de la solución esté en ver más allá de lo que consideramos normal, tal vez parte de la solución está en empezar a desanudar cada lazo para que los "problemas grandes" ya no tengan un sitio en el que caer. 
Vuelvo nuevamente a las líneas del libro que me acompaña, reviso una de las que he subrayado: 
"Es la primera vez que veo que podemos decidir: podemos prestar atención a lo que hemos perdido o prestar atención a lo que todavía tenemos". 
Sí. También resulta cierto que, a veces uno interpreta lo que lee basándose en el contexto de lo que vive. 

Tapando el sol con un vocero

La emergencia sanitaria por COVID-19 encendió las alarmas a escala mundial. Ecuador no fue la excepción y el tema sacó a la luz las desventajas de un ya debilitado sistema financiero, político, social y de salud.

La consigna es, a simple vista, básica y fácil: quedarse en casa. Sin embargo la crisis ha sido motivo para regionalismos, discursos politiqueros y ataques sociales que parecen, al igual que el coronavirus, no tener remedio.

En Guayaquil la cifra de contagios se lleva un alto porcentaje del total nacional. Con corte 29 de marzo de 2020, a escala nacional existen 1890 casos confirmados por el virus, de estos, 1376 están en Guayas, 171 en Pichincha y 53 en Azuay. ¿Coincidencia? Para algunos, tal vez lo sea. Sin embargo el alto número de infectados en el puerto principal, además de generar extrema preocupación en la sociedad, ha sacado a flote viejos y siempre existentes rencores. "Monos bestias", "Se pasan". El egoísmo, siempre tan nuestro -porque parece ser el único factor común ahora- está saliéndose de control. En un reportaje emitido por un noticiero televisivo un hombre de uno de los sectores más golpeados de Guayaquil a causa de la pandemia, decía: "Aquí comemos de lo que sacamos al día, nosotros preferimos salir a la calle y morirnos, pero llevar algo para nuestros hijos". Solo recordar su grito, sus ojos desesperados y casi empapados en lágrimas me enchina la piel.

Si hay algo cierto dentro de todo esto es que es muy distinto vivir la cuarentena desde una posición social y económica al menos medianamente acomodada, que vivirla en un hogar de 15 metros cuadrados (o menos), con un calor que azota, con toda la familia dentro, sin aire acondicionado. Difícil debe ser, en toda situación, enfrentarse a una cuarentena con un agresor que no da tregua, con una enfermedad catastrófica, con el mundo sobre los hombros llenos de llagas. 

La OMS declaró emergencia mundial por COVID-19 el jueves 30 de enero de este año. En Ecuador,, casi un mes y medio después, el Gobierno nacional emitió también la declaratoria de emergencia en todo el territorio. ¿Estábamos listos? ¿Teníamos tiempo? Eso es algo que solamente el mismo tiempo podrá responder con acierto. 

Para evitar seguir desviando mi texto, que tiene como principal intención ser un análisis desde una perspectiva comunicacional de la coyuntura generada por la pandemia, debo decir que lo que sí está claro, es que además de la crisis que empaña los sistemas públicos, se ha generado una evidente crisis de imagen y mensajes que escala a los distintos niveles gubernamentales. Y ahora, ¿qué decimos?. El manejo de comunicación de crisis, además de ser complejo, es extremadamente delicado. 

Además de la inmediatez en sus respuestas y acciones, los departamentos de comunicación deben estar conscientes de que una situación crítica puede presentarse en cualquier momento, con o sin previo aviso, y para enfrentarla deben existir protocolos claramente delineados y entendidos. 

La emergencia por coronavirus es un caso sui generis, pero al parecer nos ha agarrado a todos "con los calzones abajo". Sin embargo he visto un factor recurrente en cada rueda de prensa, en cada declaración, que sí podía preverse: las personas u autoridades que son la cara de nuestra organización deben estar preparadas para llevar mensajes a la población, y saber que eso que decimos es parte de la solución o los caminos que construimos para ver si, finalmente, aparece la luz al final del túnel. 

Para este análisis, tomaré en cuenta dos ejemplos concretos: la entrevista de la Ministra de Gobierno, María Paula Romo, con la cadena CNN; y, por otro lado, la rueda de prensa transmitida el sábado 28 de marzo, en la que participaron Paúl Granda (presidente del Consejo Directivo del IESS) y José de La Gasca (secretario anticorrupción). Ambos espacios trataban temas absolutamente sensibles, pero necesarios. El primero, las acciones llevadas a cabo por el régimen para paliar los efectos del COVID-19 en Ecuador, considerando declaraciones de autoridades o anteriores autoridades que aclararon que "los recursos para afrontar esta crisis eran insuficientes"; el segundo espacio fue propiciado para hablar acerca del escándalo de corrupción generado sobre la base de precios de mascarillas y otros insumos necesarios, que estarían siendo adquiridos por el país a precios realmente exhorbitantes. 

Rueda de prensa 28/03/2020: a la izquierda, Paúl Granda, y a la derecha
José de La Gasca.

CNN: ante un periodista claramente incisivo, las respuestas de Romo son bastante básicas, redundantes, insuficientes. 

Rueda de prensa: el lenguaje no verbal del secretario anticorrupción dice todo lo que las palabras se encargaron de esconder. Mirar hacia abajo denota inseguridad, frotarse las manos es un gesto de autocontrol (lo que indica que la persona está incómoda y nerviosa). Durante la rueda de prensa su ceño se mantuvo fruncido (clara señal de estrés), y así podríamos seguir. 

Lo cierto es que, si de vocería se trata, el manejo de lenguaje no verbal es clave. Si hay algo que las palabras no dicen, el cuerpo se encarga de delatarnos. Preparar oportuna y correctamente a los voceros (en manejo de mensajes, lenguaje corporal, imagen) es una responsabilidad que debe ser asumida, tarde o temprano el no hacerlo puede pasar factura.

Ahora bien: estos podrían ser escenarios en los que prever respuestas y actitudes no es tarea fácil; eso está claro. Sin embargo las crisis requieren de un manejo comunicacional cuidadoso, profesional, ético. Y estos parámetros no deben dejarse ganar por la premura del tiempo. Con respuestas claras y mensajes concisos, por negativa que sea la situación, la sociedad aprehende, capta, analiza. Los mensajes confusos, rebuscados y trillados no generan otra cosa que confusión y descontento. 


No se trata de "lanzar al ruedo" a una autoridad para que diga lo que pueda, no se trata de "tapar el sol con un vocero". Las realidades hay que analizarlas, afrontarlas, construir estrategias sólidas que generen impacto en el corto, mediano y largo plazo. 

¿Qué pasará luego de todo esto? ¿Cuáles serán las consecuencias en el ámbito político, social, económico? ¿Qué lecciones aprenderemos después de que esto suceda? Para las autoridades y la sociedad en general este también debe ser un periodo de reflexión, llegará el día en que esto termine y saldremos para encontrar la vida, la rutina y las acciones en el sitio en el que las dejamos pero dentro de un contexto totalmente cambiado. 

¿Estamos listos para hablar acerca de lo que viene? Tal vez no nos hemos detenido, todavía, a pensar en el impacto que esto trae consigo: desde la disminución de plazas laborales, hacinamiento en cementerios, hasta el incremento de índices de inseguridad y violencia doméstica y otros aspectos. Claro, también está lo bueno: la resiliencia, el apoyo al emprendedor y a pequeños comerciantes, la innovación y tecnología.

Penoso resulta saber que se intenta ocultar una realidad tan amplia y compleja. Tenemos todavía mucho por hacer y decir, pero para ello habrá que estar listos, para no intentar nuevamente "tapar el sol con un vocero". 

El cuarto de al lado


Hace siete meses y unos poquitos días, cuando llegamos a casa con Joaquín, todo se puso patas arriba. El orden, la rutina, el modo de limpiar y ordenar la casa. Nuestro cuarto dejó de ser “nuestro” y se volvió más de él. Cambiamos el lado que cada uno ocupaba en la cama, ubicamos los veladores en la parte baja de la pared en la que está la tele, instalamos un organizador para poner los pañales, cremas, pañitos, algunos juguetes y un montón de cositas que tal vez solo quienes son padres pueden entender (porque uno nunca se da cuenta de todo lo que se necesita tener a la mano para bañar, vestir y asear al bebé, hasta que vive la experiencia. Todas las metodologías “perfectas” y técnicas ideales para lograr todas las actividades del día son pura ficción).


Durante casi cuatro meses Joaquín durmió en su moisés, cerquita de mi (en el lado de la cama que ocupa mi esposo). Y luego, en una noche de emociones confusas llegó la hora de que su “cama de niño grande” aparezca en escena. Joaquín iba creciendo a pasos agigantados, el moisés ya le quedaba corto, era hora de escribir un nuevo capítulo en sus historias de sueño y descanso.

Nuevamente reorganizamos el cuarto, retiramos el moisés y lo guardamos, volvimos a nuestros puestos en la cama, los veladores regresaron a su sitio, la cuna ocupó un espacio al pie de la cama y, entre lágrimas (como si se tratara del duro momento en que una madre tiene que despedir a su hijo para que haga su viaje de intercambio estudiantil –cosa que no quiero ni imaginarme todavía-), Joaquín durmió su primera noche en “cama de niño grande”, al pie de la cama de sus papás. Yo sentí que el corazón se me remordía, y aunque me tachen de exagerada, cada nuevo paso y etapa en la vida de los hijos es capaz de llevar el corazón de mamá en una montaña rusa que se lleva el Guinness de la vertiginosidad y no se compara a las más riesgosas aventuras de cualquier parque temático.

Foto real de mi cuarto con la cuna de Joaquín al pie de la cama. Llega la hora de descansar y se vale todo: hasta combinar pantalones de pijama estampados con medias de dibujitos.
Pasó un nuevo periodo de cuatro meses y la habitación que con tanta emoción y cariño alistamos para Joaquín antes de que nazca, yacía solitaria a pocos pasos de mi cuarto. En algunas ocasiones ese fue el sitio de juego, de lectura, de música o incluso de hacer la siesta (de vez en cuando), y un día Joaquín –como reclamando su independencia- regresó a ver a nuestra cama y su mirada habló: eran las seis de la tarde, pero claramente él quería descansar.

Tuvimos algunos días de incertidumbre, de conversaciones, de luchar contra ese miedo de que al fin su cuarto (su verdadero cuarto) iba a tener a su dueño con él. Llegamos a casa después de su cita mensual con el pediatra, nos miramos fijamente, ese era el día. Llevamos la cuna de vuelta a su cuarto, la ubicamos en el sitio que había quedado vacío durante meses, jugamos con Joaquín, disfrutamos como siempre de su hora del baño, lo vestimos con su pijama de patitas y lo llevamos hacia su primera noche “solito”.

Todavía se despierta, seguimos teniendo momentos de lactancia durante la noche y madrugada, y aún no me atrevo a no llevarlo a mi cama un poco antes de que amanezca (tal vez no me sentiré lista para resistirme a esto hasta que mi hijo cumpla su mayoría de edad). Todavía no hemos descubierto la fórmula perfecta para que Joaquín duerma toda la noche, pero sí descubrimos que el hecho de que tenga su propio espacio para dormir y jugar le hace sonreír, y mucho: no saben lo feliz que se muestra cuando estamos allí, y lo tranquilo que duerme durante sus siestas.


Cada bebé es un individuo, y es probable que para nosotros el momento ideal para llevarlo a su cuarto haya sido este (siete meses después de su nacimiento). Es probable también que para otros papás el momento haya llegado antes, después, o no haya llegado todavía. Es probable que te hayan dicho que tu hijo está acostumbrado a los brazos, que es hora de detener la lactancia, que tantas tomas al día ya no son necesarias, que "cómo es posible que se calme solo en tu pecho" (no vas a explicar a todo el mundo que la lactancia no es solo alimentar, sino también afecto, cercanía, protección...).

Es probable que te hayan dicho que el colecho es un invasor de tu privacidad de pareja, que el moisés es un error, que “de gana” compraste la cama cuna, que el corral es solo para las emergencias…dentro de todo lo bueno, lo malo y lo feo que escucharás hay una gran y excelente noticia: ¡Siempre vas a lograrlo! Encontrarás tus propios métodos, tus propias técnicas, conocerás cada día a tu bebé y él te conocerá a ti. No importa si das mil o diez pasos para alcanzar el mismo lugar, vas a llegar junto con tu bebé, y...¡esa compañía lo vale todo! 

PD. Me tomó cuatro meses encontrar un momento para empacar el moisés, todavía no lo hemos guardado en la bodega (sitio en el que estará hasta que Joaquín tenga un/a hermano/a), esto me lleva a pensar dos cosas: 

1. Tal vez todavía no asimilo que el Joaquín sigue creciendo y creciendo (el moisés me trae recuerdos de su llegada a casa, de su respiración cerquita de mí).
2. Cuando tienes un hijo vas a dejar de lado un montón de cosas, te vas a olvidar de hacer otro montón de cosas, y tal vez justo cuando te acuerdas de que tienes que hacerlas, ¡pum! encuentras algo más que hacer.


¿Roles?

  Hoy tuve que asistir a una reunión con mi hijo porque, a veces, el plan no sucede como estaba pensado. Estuve casi 30 minutos en una sala ...