Ese afán, ese afán de querer explicar las cosas. De saber porqué estamos aquí, porqué hacemos lo que hacemos, porqué somos lo que somos. Talvez no a toda la gente le interese saber todo esto, pero a mí, a MÍ sí.
Y es posible que crean que mi locura ha rebasado los límites, pero creo firmemente que los límites no están en lo que hace el resto de gente y por eso son “límites”. Los límites se los pone uno mismo, por eso no hay límites reales, porque lo que TÚ mismo haces no te lo quita nadie, ni lo borra nadie; solo tú mismo. Entonces no son límites, son tus propias realidades las que buscas cambiar. Entonces no son los límites de mi locura, sino mi locura como tal, mi realidad. En fin…
Todo empezó aquella noche; oscura, fría. ¿Qué iba a ser de mí? Querer salvarme de todas las adversidades de este mundo, escapar… ese afán.
Y yo, sentada en ese espacio.
Fue entonces cuando decidí emprender mi viaje, con la sola intención de saber qué es la realidad, la humanidad, las debilidades, etc.
No fui a lugares lejanos ni extraños como talvez crean, solo quise navegar en mi propia conciencia, en ese mar turbio (a veces) y encontrar las respuestas a todo “ese afán”, no solo por mí misma, sino en mí misma.
Fue entonces cuando únicamente sentí que el oscuro cielo me envolvió; y envolvió también mis pensamientos.
Soñé. Y soñé tanto que a veces me daba miedo despertar y saber que tanta solución iba a quitarme esa ilusión de vivir, y dejar que mi vida se vaya acabando poco a poco; solamente por el hecho de que un día quise explicarme la realidad, la esencia misma de la vida.
Sentí que algo, o talvez alguien (no lo sé) rozaba mi mano, y en el breve momento que tardé en sentir, y despertar, solamente escuche cómo los pasos se alejaban de mí. Me levanté, arreglé un poco mi rostro (¿para que?), incluso sabiendo que talvez no era lo más importante, pero es lo primero y único que hice. Bajé las gradas de mi casa y en la sala vi tantas cosas, raras por supuesto: sombras, luces, escuché gritos y vi como todo esto solamente se desvanecía frente a mí. ¿Qué estaba pasando?
¿Estaba perdiendo mi propia fe? ¿Mi propia vida? ¡Tantos años y en vano! Solamente quería atravesar esa puerta, la que por tanto tiempo me ha separado del mundo.
Pensé por un momento, pero no fue un momento normal; fue uno de aquellos en los que todo lo que uno ha vivido se conjuga en un recuerdo fugaz, pasa, y solamente deja esa sensación de “no saber”, de “no sentir”.
Me he quedado boquiabierta, concentrada en ese sucio pedazo de madera destrozado por las termitas y por el tiempo.
Hasta hoy no me explico de dónde pude sacar tanta fuerza para correr, abrir aquella puerta y cerrarla a mi salida, y no ver cómo se desplomaba detrás de mí.
Ahora entiendo que dar explicaciones a lo que creo, siento o soy, no es lo mío.
Estoy sentada nuevamente en un rincón oscuro, el viento acaricia mis mejillas, esa fría brisa que me trae tantos recuerdos, y una vez más he vuelto a pensar, ¿por qué las sombras?, ¿por qué el frío?, ¿por qué yo ahí?, ¿por qué no dejo de buscar razones? Esa voz de mi interior calló, no habló más.
Me levanté, caminé, miré al cielo, vi la luna, y pareció haber derramado su luz sobre mí y mis pensamientos. Por fin sentí esa paz; esa paz que tanto tiempo había buscado.
Me tomo un poco el nombre la maravillosa obra de Rosa Montero. Altero el orden del título porque sé que eso es de ella, de Rosa. Mis letras son la mayoría del tiempo un yo que adquiere distintas caras y distintos cuerpos; otras veces no soy yo sino alguien más, escribo para curarme y también para curar, para contar y para SER.
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